El cardenal arzobispo de Madrid, contra las Encíclicas papales

Ha sido noticia, recientemente, la imposición inquisitorial de la alta jerarquía eclesiástica contra un comunicado de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) y la Juventud Obrera Católica (JOC) en el que se quejaban de los abusos de la reforma laboral. España, históricamente, ha sido siempre un caldo de cultivo para la censura sanguinaria de la Iglesia católica contra cualquier opinión que pudiera poner el peligro las prerrogativas y privilegios autoimpuestos de los que ostentan el poder. Sin embargo, a pesar de que la dominante sea la única voz a la que dan espacio los medios de comunicación, no es la única.

En el comunicado de ambas entidades católicas, de carácter estatal, denuncian que, hasta el momento, «las sucesivas reformas laborales» del PP y del PSOE «bajo pretexto de modernizar y flexibilizar dicho mercado laboral, han transformado la concepción y función del trabajo asalariado en nuestra sociedad y están socavando los derechos de las personas trabajadoras y de sus familias». Para avalar esta conclusión, entre otras, aclaran que las consecuencias que todas estas reformas han tenido han sido la de abaratar el despido, reducir el crecimiento de los salarios y devaluar lo público.

Unas declaraciones que a la alta jerarquía católica no parecen haberle sentado demasiado bien. Tanto es así que han emitido una nota a todos los lugares de culto de su religión para advertir que consideran improcedente que se difunda por su proximidad a las posturas de izquierdas. La archidiócesis parece haberse olvidado de repasar las Encílicas papales que se han ido publicando desde 1891.

Desde la Rerum Novarum de León XIII, pasando por la Populorum Progressio, de Pablo VI, hasta la Laborem Exercens  y la Sollicitudo Rei Socialis , ambas de Juan Pablo II, al que quería todo el mundo. Incluso la de Benedicto XVI, Caritas In Veritate, ha sido utilizada para avalar los argumentos de la HOAC y la JOC. Debe, por tanto, la archidiócesis pensar que todas ellas son improcedentes, ya que se acercan demasiado a esa delgada línea roja que separa a la gente de bien de los subversivos irracionales, también llamados gente de izquierdas. Veamos algunos ejemplos.

 

 Rerum Novarum

León XIII, en 1891, escribió que «disueltos en el pasado siglo los antiguos gremios de artesanos, sin ningún apoyo que viniera a llenar su vacío, desentendiéndose las instituciones públicas y las leyes de la religión de nuestros antepasados, el tiempo fue insensiblemente entregando a los obreros, aislados e indefensos, a la inhumanidad de los empresarios y a la desenfrenada codicia de los competidores. Hizo aumentar el mal la voraz usura, que, reiteradamente condenada por la autoridad de la Iglesia, es practicada, no obstante, por hombres condiciosos y avaros bajo una apariencia distinta. Añádase a esto que no sólo la contratación del trabajo, sino también las relaciones comerciales de toda índole, se hallan sometidas al poder de unos pocos, hasta el punto de que un número sumamente reducido de opulentos y adinerados ha impuesto poco menos que el yugo de la esclavitud a una muchedumbre infinita de proletarios·.

Proseguía el papa para advertir a los ricos de que «las riquezas no aportan consigo la exención del dolor, ni aprovechan nada para la felicidad eterna, sino que más bien la obstaculizan; de que deben imponer temor a los ricos las tremendas amenazas de Jesucristo y de que pronto o tarde se habrá de dar cuenta severísima al divino juez del uso de las riquezas».

Y sobre la labor del Estado, que «los derechos, sean de quien fueren, habrán de respetarse inviolablemente; y para que cada uno disfrute del suyo deberá proveer el poder civil, impidiendo o castigando las injurias. Sólo que en la protección de los derechos individuales se habrá de mirar principalmente por los débiles y los pobres. La gente rica, protegida por sus propios recursos, necesita menos de la tutela pública; la clase humilde, por el contrario, carente de todo recurso, se confia principalmente al patrocinio del Estado. Este deberá, por consiguiente, rodear de singulares cuidados y providencia a los asalariados, que se cuentan entre la muchedumbre desvalida».

Populorum Progressio

Pablo VI en 1967 denunciaba que «la viva inquietud que se ha apoderado de las clases pobres en los países que se van industrializando, se apodera ahora de aquellas, en las que la economía es casi exclusivamente agraria: los campesinos adquieren ellos también la conciencia de su miseria, no merecida. A esto se añade el escándalo de las disparidades hirientes, no solamente en el goce de los bienes, sino todavía más en el ejercicio del poder, mientras que en algunas regiones una oligarquía goza de una civilización refinada, el resto de la población, pobre y dispersa, está «privada de casi todas las posibilidades de iniciativas personales y de responsabilidad, y aun muchas veces incluso, viviendo en condiciones de vida y de trabajo, indignas de la persona humana»». (en la antropología cristiana distinguen varios tipos de personas. La divina es Dios, la humana es el ser humano).

Respecto a la visión que la Iglesia católica tiene sobre el desarrollo, dice que «no se reduce al simple crecimiento económico. Para ser auténtico debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre. Con gran exactitud ha subrayado un eminente experto: «Nosotros no aceptamos la separación de la economía de lo humano, el desarrollo de las civilizaciones en que está inscrito. Lo que cuenta para nosotros es el hombre, cada hombre, cada agrupación de hombres, hasta la humanidad entera»».

Finalmente, respecto a los diferentes tipos de concepciones socioeconómicas, el papa explicó que las menos humanas son aquellas que potencian «las carencias materiales de los que están privados del mínimo vital y las carencias morales de los que están mutilados por el egoísmo. Menos humanas: las estructuras opresoras que provienen del abuso del tener o del abuso del poder, de las explotaciones de los trabajadores o de la injusticia de las transacciones. Más humanas: el remontarse de la miseria a la posesión de lo necesario, la victoria sobre las calamidades sociales, la ampliación de los conocimientos, la adquisición de la cultura. Más humanas también: el aumento en la consideración de la dignidad de los demás, la orientación hacia el espíritu de pobreza».

Laborem Exercens

Elaborada por Juan Pablo II en 1981. Decía que «en la época moderna, desde el comienzo de la era industrial, la verdad cristiana sobre el trabajo debía contraponerse a las diversas corrientes del pensamiento materialista y «economicista». Para algunos fautores de tales ideas, el trabajo se entendía y se trataba como una especie de «mercancía», que el trabajador —especialmente el obrero de la industria— vende al empresario, que es a la vez poseedor del capital, o sea del conjunto de los instrumentos de trabajo y de los medios que hacen posible la producción. Este modo de entender el trabajo se difundió, de modo particular, en la primera mitad del siglo XIX».

Respecto al capitalismo, el aclamado papa denuncia que «en cada situación social de este tipo se da una confusión, e incluso una inversión del orden establecido desde el comienzo con las palabras del libro del Génesis: el hombre es considerado como un instrumento de producción, mientras él, —él solo, independientemente del trabajo que realiza— debería ser tratado como sujeto eficiente y su verdadero artífice y creador. Precisamente tal inversión de orden, prescindiendo del programa y de la denominación según la cual se realiza, merecería el nombre de «capitalismo» en el sentido indicado más adelante con mayor amplitud. Se sabe que el capitalismo tiene su preciso significado histórico como sistema, y sistema económico-social, en contraposición al «socialismo» o «comunismo». Pero, a la luz del análisis de la realidad fundamental del entero proceso económico y, ante todo, de la estructura de producción —como es precisamente el trabajo— conviene reconocer que el error del capitalismo primitivo puede repetirse dondequiera que el hombre sea tratado de alguna manera a la par de todo el complejo de los medios materiales de producción, como un instrumento y no según la verdadera dignidad de su trabajo, o sea como sujeto y autor, y, por consiguiente, como verdadero fin de todo el proceso productivo».

Sollicitudo Rei Socialis

También Juan Pablo II quiso referirse a la cuestión social en esta Encíclica, publicada 6 años después que Laborem Exercens fruto de la preocupación que su contexto histórico le generaba.  Primero quiso recalcar que «el reconocimiento de que la « cuestión social » haya tomado una dimensión mundial, no significa de hecho que haya disminuido su fuerza de incidencia o que haya perdido su importancia en el ámbito nacional o local. Significa, por el contrario, que la problemática en los lugares de trabajo o en el movimiento obrero y sindical de un determinado país no debe considerarse como algo aislado, sin conexión, sino que depende de modo creciente del influjo de factores existentes por encima de los confines regionales o de las fronteras nacionales».

También quiso subrayar  que «nos encontramos, por tanto, frente a un grave problema de distribución desigual de los medios de subsistencia, destinados originariamente a todos los hombres, y también de los beneficios de ellos derivantes». A partir de esta realidad, la Iglesia católica, en boca de Juan Pablo II, consideraba que «los responsables de la gestión pública, los ciudadanos de los países ricos, individualmente considerados, especialmente si son cristianos, tienen la obligación moralsegún el correspodiente grado de responsabilidad— de tomar en consideración, en las decisiones personales y de gobierno, esta relación de universalidad, esta interdependencia que subsiste entre su forma de comportarse y la miseria y el subdesarrollo de tantos miles de hombres».

Caritas In Veritate

Benedicto XVI hace apenas dos años y medio, quiso explicar el contenido de la Populorum Progressio para adaptar su fondo a la sociedad actual. Explica que «con el término «desarrollo» quiso indicar ante todo el objetivo de que los pueblos salieran del hambre, la miseria, las enfermedades endémicas y el analfabetismo. Desde el punto de vista económico, eso significaba su participación activa y en condiciones de igualdad en el proceso económico internacional».

Reflexiona el actual papa y concluye que «después de tantos años, al ver con preocupación el desarrollo y la perspectiva de las crisis que se suceden en estos tiempos, nos preguntamos hasta qué punto se han cumplido las expectativas de Pablo VI siguiendo el modelo de desarrollo que se ha adoptado en las últimas décadas. Por tanto, reconocemos que estaba fundada la preocupación de la Iglesia por la capacidad del hombre meramente tecnológico para fijar objetivos realistas y poder gestionar constante y adecuadamente los instrumentos disponibles»

Contínúa quien marca las directrices de la Iglesia católica en representación de Dios para aclarar que «la ganancia es útil si, como medio, se orienta a un fin que le dé un sentido, tanto en el modo de adquirirla como de utilizarla. El objetivo exclusivo del beneficio, cuando es obtenido mal y sin el bien común como fin último, corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza. El desarrollo económico que Pablo VI deseaba era el que produjera un crecimiento real, extensible a todos y concretamente sostenible. Es verdad que el desarrollo ha sido y sigue siendo un factor positivo que ha sacado de la miseria a miles de millones de personas y que, últimamente, ha dado a muchos países la posibilidad de participar efectivamente en la política internacional. Sin embargo, se ha de reconocer que el desarrollo económico mismo ha estado, y lo está aún, aquejado por desviaciones y problemas dramáticos, que la crisis actual ha puesto todavía más de manifiesto».

Finalmente se refiere a los poderes público y su función en el contexto económico actual para inferir que «el mercado ha estimulado nuevas formas de competencia entre los Estados con el fin de atraer centros productivos de empresas extranjeras, adoptando diversas medidas, como una fiscalidad favorable y la falta de reglamentación del mundo del trabajo. Estos procesos han llevado a la reducción de la red de seguridad social a cambio de la búsqueda de mayores ventajas competitivas en el mercado global, con grave peligro para los derechos de los trabajadores, para los derechos fundamentales del hombre y para la solidaridad en las tradicionales formas del Estado social». Es decir, denuncia exactamente lo mismo que la HOAC y la JOC.

Conclusiones

¿Cómo puede ser que, si los papas, los representantes de Dios en la Tierra, la cabeza visible de la Iglesia católica, llevan 120 años defendiendo un sistema económico diferente, Rouco Varela se atreva tachar de improcedente esta actitud por considerarla cercana a los postulados de la izquierda? ¿Y por qué esta censura inflexible la aplica contra las entidades que se encuentran por debajo de su potestad y no contra su jerarquía, si atentan contra el Señor?

Las políticas aplicadas por el Partido Popular de Madrid, liderado por una ferviente católica como es Esperanza Aguirre, atentan de manera clara contra la Doctrina Social de la Iglesia. La que Rajoy lleva apenas tres meses aplicando, con graves consecuencias ya para la masa social, también llamada soberana de la nación, también atentan contra las directrices eclesiásticas para hacer de la nuestra una sociedad justa. Si tenemos en cuenta que Juan Pablo II recalcó que, especialmente los católicos, tenían la obligación moral de imponer una economía acorde con los dictados de la Iglesia, ¿podemos concluir que aquellos que se hallan en el poder están atentando contra la Iglesia católica, contra el papa y, por tanto, contra Dios? ¿Y Rouco? ¿Atenta Rouco contra Dios por tratar de silenciar a aquellos que defienden la Doctrina Social de la Iglesia contra las leyes de aquellos que, según Benedicto XVI, «los derechos de los trabajadores, para los derechos fundamentales del hombre y para la solidaridad en las tradicionales formas del Estado social»?